O CÉU EM NOSSA CASA
O CÉU EM NOSSA CASA
LAS PLANTAS, LAS FLORES, NOS RECUERDAN QUE LA BELLEZA SALVARÁ EL MUNDO.
El jardín
Quien ha visto grandes selvas y bosques frondosos, viajando por el mundo, desea ser dueño de un jardín, del mismo modo que quien ha contemplado a su madre cultivar un tiesto en el balcón. Las plantas son amigas, seres vivos que alegran y acompañan nuestros hogares tanto si están dentro como si están al exterior.
Semillas, tierra, luz y agua son fundamentales para que un jardín prospere pero sobre todo hace falta un buen jardinero. No hay jardín sin jardinero que afinando las notas de las plantas la hace florecer. La agricultura -y la jardinería- son la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre como decía Cicerón.
Dice un poeta, que el jardín tiene el techo de Luna llena y Sol radiante. Entran el día y la noche sin llamar, también lo visitan, la lluvia y el viento, incluso a veces, la nieve lo cubre con su blanco manto. La nubes navegan libremente sobre las copas de los árboles, todos son bien recibidos y regalados con algún aroma.
Los jardines son nostalgia del paraíso donde es más fácil cultivar el asombro. Toda la vida comenzó en un jardín y todo terminara en un jardín. E libro del génesis habla de cómo el hombre fue creado y vivió en un jardín y donde Dios se paseaba con la brisa de la tarde. También en un jardín fue el lugar donde resucitó Cristo, que fue confundido por María Madalena con el hortelano.
Las plantas son amigas, además de bellas, las hay medicinales perfumadas y algunas comestibles pero nadie como San Francisco ha llamado hermano al sol, a la luna, al agua y a las plantas haciéndonos que nuestro corazón vibre tanto cuando contemplamos la creación del Gran Jardinero.
El jardín es lugar del amor y de la inspiración de poetas y novelistas. Un jardín también nos educa a mirar la vida y el tiempo con ternura, nacer, crecer y dar fruto tienen sentido porque es bello y la belleza salvara el mundo como decía Dostoiévski. El ideal de la vida es estar eternamente enamorado como decía Chesterton, ósea eternamente renovados; pues el amor no es ciego sino luminoso, no oscurece la vista sino la hace más penetrante. El jardinero como el novio ve mejor cuándo las investiga atentamente en el origen, que es la parte más importante de la vida. Cuando aparecen explicadas las personas y las plantas aparecen más bellas. Cuando conocemos como crece una flor o un árbol nos muestra más belleza.
Por la noche los jardines se llenan de misterios y nos invitan a paseos furtivos y silenciosos donde algún varón ilumine los senderos pero no impida ver las estrellas.
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