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DENTRO DO BARRO E EL POLVO HAY UNA CRIATURA AMADA
El baño

 

 

 

Lo sucio también cuenta.

Existe un lugar en todas las casas, incluso en las más humildes, que tiene la función de hacer cuentas con nuestra higiene.  Hay que lavarse bien las manos, nos reclama la publicidad que estos días lucha contra el coronavirus. Hay que lavarse las manos, no para desentenderse de un problema como Pilatos, sino para quitarse el mal que nos contagia. Así, el baño de nuestra casa ha adquirido un valor de mayor importancia aún del que le dábamos anteriormente.

 La mayoría de las personas, aunque no se puede decir que hay unanimidad al respecto, nos sentimos incómodos cuando olemos mal porque estamos sudados o hemos acumulado suciedad en nuestro cuerpo o en nuestra ropa.

 

Toda actividad nos ensucia; el trabajo, el juego, la cocina, el deporte, todo nos mancha. La mancha habla de un hombre que se empeña y trabaja porque, inevitablemente, quien lucha y trabaja se mancha las manos. Es bueno que el hombre vea y reconozca su parte sucia, tanto física como moral, porque es un juicio que nos hace más realistas e inconformes con una experiencia desagradable.

Como toda exageración es nefasta, hay que decir que la obsesión por la higiene no resulta muy conveniente, pues puede llevarnos a algún tipo de neurosis.

Señala Chesterton que los criminales son extremadamente pulcros cuando cometen un crimen para no dejar rastros del delito y no ser descubiertos. Por eso, no es escandaloso que el hombre descubra su aspecto sucio. La única criatura contenta de la vida es aquella que pone en el origen de la criatura humana una mancha.

Cuando un niño regresa a casa después de jugar intensamente en el parque con los amigos o, cuando los más pequeños, todas las noches, tienen que recibir un baño porque están muy sucios, los padres los lavan porque saben que no solo están delante de la suciedad, pues dentro del barro o el polvo hay una criatura adorable y muy amada que es su hijo.

En algunos lugares humildes el baño está compuesto únicamente por el inodoro, que, dicho sea de paso, es un lugar de gran satisfacción. El cuerpo humano ha sido creado para ser generoso diariamente, y devolver parte de lo que recibe, aunque por extrañas circunstancias de la naturaleza sea necesario volver la cabeza para verlo.

La ducha es uno de los lugares más agradables del baño, ya que es como resucitar, como ser perdonados en definitiva, es como nacer de nuevo. Quien se ducha espera estar listo para comenzar de nuevo y afrontar mejor la vida. Lavarse no es quitarse un poco de polvo de encima o asearse como los gatos, quitándonos con un dedo las lagañas.  Es más bien un empeño que requiere energía y decisión para hacer un trabajo en profundidad, que tendrá que hacerse frecuentemente y no una vez por todas.

Si entramos en un baño sin espejo, nos sentimos incómodos, porque esperamos que cuando estamos a solas, el espejo nos muestre algo que no podemos hacer sin él, que es ver nuestro rostro. El espejo tiene la función por tanto de mostrarnos el rostro humano, para asómbrame de mí yo. No hay que mirarse al espejo para esconder o disimular lo que no está bien, sino para ver la realidad y también nuestras heridas y para que pueda, en definitiva, aparecer así la verdad.  Mirándonos fijamente a nuestros ojos podremos preguntarnos quizás, ¿quién soy yo? y pasar así de la higiene a una reflexión que nos limpie también por dentro. 

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